El domingo hice una maratón de películas viejas repetidas y entre ellas, estaba Amélie. Tenía ganas de volver a encontrarme con la Poulain y conectarme un rato con mi lado naif e inocentón. Pensar como en las películas y en que sí es posible decidir cambiar tu vida y que te resulte en un día.
Luego, me quedé pegada en lo linda que es la Audrey Tautou. En que obvio que el papel de adorable-vengadora-del-bien le queda pintado, si es francesa y las francesas son perfectas. Hay algo que ellas llevan en la sangre y que nosotras nunca tendremos. Generaciones de estilo corriendo por sus venas, que las condena a derrochar elegancia y ser hermosas por siempre.
Y es que son odiosamente bacanes. Ridículamente atractivas. Nadie más que ellas pueden ser capaces de proyectar la misma dulzura sin ser absolutamente mamonas y la misma ingenuidad sin parecer tontas. Con esa onda como de “soy coqueta, pero no lo hago a propósito” o "cuando fumo me veo sexy, no asquerosa".
Finalmente, pensé en cómo sería la Amélie chilena. Cómo quedarían los diálogos sin ese acentito, mezcla fatal entre encantador y sexy, de esas flacas eternas a las que envidio, y definitivamente no junta ni pega. Amélie, se convertiría en Amelia y no estiraría la trompa para decir je t’aime. Tampoco me la imagino armando un caminito de flechas azules con gafas redondas y un pañuelo en la cabeza, corriendo por la plaza de armas. Además, acá no hay fotomatones. Probablemente el niño que la intrigue coleccionaría algo mucho menos interesante, como servilletas o estampillas, y jamás lo habría persiguido de haberse enterado que trabajaba en un sex shop… En fin, esto simplemente no es Francia y nosotras simplemente somos chilenas.