Odio el invierno. Por el frío, por la lluvia, porque me dan ganas de comer alimentos calóricos y porque las bajas temperaturas me quitan el ánimo y sólo quiero quedarme acostada viendo tele. Pero, lejos una de las cosas que más detesto es el frizz.
En verano podemos salir con el pelo estilando de la casa y gracias a los rayos de sol, se seca lindo, brillante y sin volumen. En invierno en cambio, si no queremos resfriarnos, hay que aplicar secador, que de partida le quita luminosidad al pelo; para luego exponerse a la nunca bien ponderada humedad y que aparezca mi peor pesadilla.
Con el frizz me siento fea, como si recién me hubiera despertado; con un cabello amorfo y con cero posibilidades de pinchar con alguien.
Lo peor, es que es imposible de controlar. Habría que echarse prácticamente una botella completa de crema de peinado, lo que obviamente dejaría el pelo duro y pegote. ¿Qué hacer? Asumirlo… no queda otra.