La primera vez que escuché Radiohead tenía 12 años. El OK Computer llegó a mi vida sólo para abrir un deseo incontenible que nunca más pude satisfacer. Porque para mí, Radiohead es como la comida: no importa cuánto consuma, en dos horas tendré ganas de más.
Radiohead en Chile lo veía lejano e imposible. Hasta que una noche de noviembre de 2008, un amigo periodista me lo sopló por chat antes de publicarlo en la ya muerta Zona de Contacto. Ahí comenzó la odisea por la entrada. Siempre me dije que tendría dinero ahorrado para la ocasión, pero cuando la posibilidad se hizo real, yo estaba en tercer año de la universidad, sin pega y sin ahorros. Me encalillé para comprar cancha, porque si no es cancha no es rock and roll.
Ok, 27 de marzo de 2009, tomo el Metro Quilín rumbo a Grecia, para llegar al Estadio Nacional. En el andén chequeo mi entrada y no la tenía. Iba sin mochila, sin chaqueta, sólo bolsillos, que estaban vacíos. El pánico se apoderó de mí y salí del Metro a recorrer toda la playa de estacionamiento del Mall Paseo Quilín. Hice el recorrido tres veces, lloré como diez, maldije veinte y me frustré mil.
Me vi llorándole a mi viejo para conseguir más plata, pensé en usar la entrada de mi pololo -que compró para acompañarme, pero no es realmente fan como yo-, estuve a punto de rezar a Dios como nunca lo hice y me vi llegando al Estadio sin entrada, lanzándome a la vida. Decidí hacer esto último. Ojos y nariz hinchados de llanto, caminé al Metro nuevamente. De paso, pregunté a un guardia si por esas casualidades de la vida no habría encontrado una entrada, me dijo "espere aquí".
Esperé veinte minutos, en los que la hora del show se acercaba y mi angustia crecía a morir. Me hicieron pasar a una oficina. Allí la vi, sobre el escritorio de la Jefa de Estación. "La encontró la señora del aseo", me dijo. Casi me desmayo de la emoción. Me hizo firmar unos papeles y me fui. Nunca fui tan feliz frente al mono pilucho del Estadio Nacional. Por poco me perdí el concierto de mi vida, menos mal que mi torpeza termina donde empieza la honradez de una señora que nunca conocí.