Foto vía The Shopping Sherpa
Hay una canción bien cursi sobre la casa nueva, la casa propia y todo eso. Cuando chica, la encontraba fome y de viejos. Ahora igual, pero dentro de todo le encontré sentido, porque no hay nada como tener tu propio departamento, tu espacio, el que enchulas como te da la gana, el que no limpias si no quieres, el que decoras con tu estilo. Harta verdad hay tras la frase que alude al “sueño de la casa propia”.
Voy a cumplir un año desde que me fui definitivamente de la casa de mi mamá. Fue desafío doble, porque no me fui sola, sino que con mi pololo. A días de cumplir el bendito primer año, pienso en las cuentas que hay que pagar, en las veces que se me innundó el departamento, en la repisa que se me rompió y todavía no arreglo y me propongo hacer un balance.
Qué quieren que les diga. No hay nada como vivir sin los papás. Especialmente si la distancia permite, como es mi caso, que la relación mejore. El fin de semana, lo pasé completo en mi casa. Sábado, asado con amigos, cervezas. Domingo, ir a la feria, jardinear, leer, descansar. Sin preocupaciones de si algo podría o no molestar a mi vieja, de si puedo o no llevar gente, de si quiero o no fumar, tomar o dormir. Maravilloso.
Obvio que tengo más responsabilidades. Demás que un día no quiero lavar la loza, pero sé que en algún momento tiene que estar limpia porque si no, no tengo dónde comer. Pero no hay ninguna responsabilidad lo suficientemente terrible que le haga el peso a la libertad.
Por eso, en fechas de balances, el mío es positivo. Irse de la casa es totalmente recomendado. Y si viven con la persona adecuada, es lo mismo que vivir solo: salir y llegar a la hora que quieren, nunca más pedir permiso, estar en cama hasta las dos de la tarde si se les da la gana... y bueno, otras ventajas de la vida en pareja que quizá les cuente en otro post.