Lo más difícil de convivir con otra persona -sin importar si es pololo, amiga o hermana- es coincidir en las manías domésticas. Uno trae mañas desde su casa y tiene una idea de la forma correcta de hacer las cosas. Por ejemplo, uno aprendió de sus papás si los platos se secan y se guardan o se dejan escurrir. En esos pequeños detalles se producen hecatombes.
Personalmente, soy muy maniática. De hecho, mis amigos me dicen que me parezco mucho a Mónica de Friends, el personaje que anda persiguiendo a la gente para que no bote migas al suelo, le gusta que los muebles estén en cierto ángulo y lugar, se estresa si alguien desorganiza su orden y siempre quiere mantener limpio. Me pasa igual.
No sé si mis manías son más o menos terribles, pero tengo. Detesto las manchas que deja el té en las tazas. Me dan asco, no soporto ver una taza teñida. Me carga que el baño esté sucio, por mí que oliera a cloro todo el día. Detesto que el piso esté sucio, me desespera. Tengo otras más locas, como que los cajones de un mueble queden bien cerrados o enderezar cuadros. Si no están bien me ponen nerviosa.
Ahora que no vivo con mis papás, me doy cuenta de que tengo más manías de las que pensé. Pero he aprendido a bancármelas sola, en pos de la convivencia. Cuando veo una compuerta abierta (del botiquín, por ejemplo) la cierro y no hago escándalo. Las tazas con manchas de té las limpio con cloro de vez en cuando (aunque igual bufo porque las ODIO) y así otras paranoias.
Igual cuando me comparo con Mónica, me consuelo un poco. Nunca he ido a una casa sucia a pedirles permiso para limpiar. Aunque me desconsuelo al saber que ella es un personaje de serie y yo, la que pelea con las tazas de té, soy un humano real, pero con problemas y manías inventadas.