La historia fue así. En noviembre del 2011, cuando llevábamos como dos años y medio juntos, mi pololo en ese entonces me cuenta que le salió la posibilidad de ir a estudiar a Buenos Aires. Al principio, todo fue terrible ya que asumí que la relación iba a llegar hasta ahí, que iba a tener que hacerme la idea que él se iba a vivir a otro lado y que así es la vida, injusta con los enamorados.
A los tres días de enterarme de su viaje, me puse a pensar que no sonaba nada de mal irme a estudiar a Buenos Aires. Anterior a toda esa bomba, yo ya había investigado cuánto costaba hacer un magíster en la UBA, de pura sapa y porque igual siempre dije que quería seguir estudiando al salir de la Universidad.
La cosa es que decidí irme con él, y ahí está el primer dilema ya que nunca fui invitada. De todas formas, él me apoyó en todo, nos organizamos super bien y terminamos viviendo en un departamento grande en Belgrano con otros dos chilenos.
La idea de compartir con alguien la experiencia de vivir en otro país fue tal como lo pensé. Yo nunca había vivido fuera de mi casa, él tampoco, así que fue una doble carga de motivación salir de mi casa y salir del país. Sin embargo, siempre pensando que las cosas se verían en el camino. Odio la idea que tienen todos de que me fui “persiguiéndolo”, porque no saben que desde que me decidí a viajar tenía claro que todo es relativo y que nada es para siempre. Nos unía la distancia con nuestras familias, nos separaban los amigos que fuimos haciendo en el camino. Nos unía una extraordinaria capacidad para organizarnos en las cosas cotidianas: el “yo cocino y tú lavas” fue natural y maravilloso. Nos separaban nuestras finanzas: mientras yo buscaba trabajo, él trabajaba, y cuando encontré trabajo, él ya no trabajaba más.
Así estuve seis meses en Buenos Aires, recorriendo la ciudad, viajando a otros lados, aprendiendo un montón de cosas en el trabajo que encontré, leyendo mucho y escuchando mucha música, conociendo gente nueva casi todas las semanas –la mayoría, puros extranjeros- y extrañando Chile, obvio, pero viviendo la vida que quería vivir.
Sin embargo, por esas cosas de la vida que son mejor dejar pasar, terminamos. Estaba enamorada pero el amor propio siempre tiene que ser más grande. Entremedio del rompimiento, supe que un tío estaba super enfermo así que luego de tres días de mucha angustia, no podía hacer otra cosa que no fuera volver. La relación con mi ex duró cerca de tres años y medio, viviendo juntos en Buenos Aires los últimos seis meses. Hoy hablamos casi todos los días para mantenernos al tanto del otro y creo sinceramente que es lo mejor. Después de todo el cariño acumulado durante tanto tiempo, no queda más que olvidar los rencores y seguir avanzando. Me traje “una bocha” de recuerdos bonitos, experiencias, aprendizaje, un par de amig@s nuevos, tanta cosa que no podría arrepentirme de todo lo vivido, aunque no haya terminado como yo esperaba. Y es que en verdad nunca esperé mucho, ni de él, ni de mí, ni de nada y por eso siempre digo que esa es la mejor filosofía de vida.