por Romina Allende
Llega la hora en la que quiero narrar y me detengo a pensar en algo que, quizás, ya hemos pasado por alto y que ni siquiera llama la atención. No obstante, me invade cierto toque nostálgico que me gustaría compartir.
No sé si ustedes han hecho reparo en ello, pero, ¿En qué momento se extinguió la magia de lo que significa escribir, enviar y recibir una carta? (No entran aquí esas que llegan para recordar que hay que pagar cuentas, tampoco las que ofrecen créditos y cosas así). Sabemos que esto se dio con el paso de los años y, de este modo, con todo lo que ellos trajeron. Si bien, hoy la tecnología nos ha permitido estar comunicados de una manera más cercana, real y constante, al mismo tiempo, este tipo de correspondencia escrita se tornó impersonal. Y es que ya no nos vemos enfrentados al ritual de escoger una hoja, sobre y lápiz en particular, tampoco a la dedicación de darle forma y, posteriormente, ir a mandarla al correo para que inicie su viaje hasta llegar a un determinado destino.
Desde épocas inmemorables que este era un momento importante y que requería del tiempo que hoy cada vez es más esquivo. Precisamente, ese es uno de los motivos por el que esta costumbre ha quedado atrás.
Recuerdo que cuando era estudiante de Educación Básica; realizamos una interesante actividad en una clase de Inglés: cada uno de nosotros escribió una carta para enviarla al extranjero. No todas tuvieron respuesta, pero el hecho de crearla y pensar en su posible destinatario resultó ser una sensación muy especial y que últimamente no sé retener ni describir porque también la percibo ausente. Sin embargo, quisiera hacer un pacto. Para llevarlo a cabo, pretendo encontrar a alguna persona lejana y conocida para proponerle para que volvamos a vivir aquella mágica experiencia.
Y a ustedes, ¿qué les parece esa idea?
Imagen CC anvica