Las mujeres somos especialistas en llevar un completo archivo de asuntos desagradables que desclasificamos el día menos pensado. Cuando todos ya olvidaron el problema en cuestión, nosotras lo traemos a la palestra. Damos detalles exactos: el día, la hora en que sucedió y las circunstancias que rodearon el hecho. ¡Ya quisiéramos esa memoria a la hora de rendir una prueba!, ¿no?
Lamentablemente, no hacemos gala de esta habilidad para fines tan loables como obtener 7 en un examen o dar una exposición magistral en el trabajo. Lo hacemos para discutir y porque quedamos “atoradas” con la situación en entredicho, guardándola en la carpeta de pendientes. No la finiquitamos en el momento preciso; la dejamos ahí, esperando ser reabierta. Todo, en la antipática costumbre de pasar factura a la primera oportunidad, justo cuando el tema parecía ya saneado.
He sido víctima y victimaria de esta práctica. Cada vez que discuto con mi mamá, me echa en cara unas fotos que - en un momento de rabia - rompí (sin mentirles) ¡hace más de 20 años! Así es, cuando aún era una pitufa impúber y la pataleta bien podía corregirse con tres palmadas. Pero no. Aún en mis treinta y tantos debo dar explicaciones por lo que hice entonces, lo que - como comprenderán - es una lata. Bastante odioso.
Pero lo desagradable que esto me resulta no me impidió hacerle la misma gracia a mi pololo. En un momento de confianza, me comentó respecto de una situación (totalmente blanca) en su trabajo. Fue tan inocuo el tema, que en su momento no me molestó. Sin embargo, con el correr de las horas, cuando una “repiensa” las cosas, las digiere y saca nuevas conclusiones ¡me transformé en una pesadilla! Le eché en cara el hecho día y noche, apenas tuve oportunidad, durante aproximadamente seis meses. No le quedó otra que ponerse firme y conversar conmigo el tema clara y duramente, sin dejar cabos sueltos, para zanjarlo de manera definitiva.
Y es que cuando una deja la cuenta pendiente, la situación - que en el fondo es ínfima - se agranda y puede derivar en una pelea ¡de aquellas! Por ello, lo mejor es que cuando algo te incomode, lo medites en el momento correcto, lo converses, exteriorices todo lo que sientes, escuches, luego re-analices y tomes las determinaciones que estimes pertinentes. Pero todo de una vez. No hay cosa mejor que un pago contado y no en cuotas, con el consiguiente interés, ¿no creen? Y luego de eso, no se hable más del asunto. Corta por lo sano: dialoga ahora (en calma y sin exaltarte), no sea que pases las próximas décadas siempre “pegada” en un incidente menor.
Y tú, ¿cuántas facturas impagas guardas por ahí?