Se supone que hombres hay muchos y que es pura mala suerte que nos guste -o lo que es peor nos enamoremos - de uno que está casado o comprometido. Pero como a las mujeres nos gustan los desafíos, las cosas difìciles y ojalá demostrar supremacía por sobre otra fémina, nos metemos en las patas de los caballos y comenzamos a sentir cosas por ese hombre prohibido.
Hace algunos años pase por esa terrible experiencia, no alcanzó a ser catástrofe, pero tampoco faltó mucho. Estaba en primer año de universidad, tenía pololo, pero con todos los cambios que estaba viviendo, las cosas estaban realmente mal.
Fue así como retomé contacto con un amigo que conocí por Internet, en esos foros de chat donde te podías poner cualquier nombre y edad. Fue bastante irresponsable lo que hice, pero por suerte me encontré con una buena persona.
Creo que decir su nombre está de más; nunca pasó nada entre nosotros, aunque por mucho tiempo así lo quise. Mi relación estaba tan mal que creo que necesitaba un escape. Mi pololo me producía rechazo, pero a la vez me sentía sola y necesitaba ser amada.
Sintiéndome así, comencé a buscar a este amigo. Hablábamos horas por Facebook, me llamaba por teléfono y me invitaba a salir; las ganas nunca faltaron, pero no coincidíamos en los tiempos. Hasta que un día nos juntamos en un reconocido café capitalino. En esa ocasión, sólo conversamos y nos contamos nuestros problemas. Ese hombre me tenía marcando ocupado: pensaba todo el día en él, aunque siempre estuve consciente de que él tenía a su polola, que era mayor que yo y que, por si fuera poco, tenía planes de matrimonio.
De a poco fui comprendiendo que no era para mí. Sufrí bastante, lloré e incluso me comparé con la que hoy es su esposa y madre de su hijo. Sé que ambos nos vimos tentados de traspasar el límite de la amistad, pero nos contuvimos. Hoy seguimos siendo amigos; él es feliz con su vida y yo con la mía.
Y tú, ¿te has fijado en un hombre comprometido?
Foto CC vía Flickr JD Hancock