Compartir la crianza de los hijos con tus propios padres es todo un agasajo. Los niños tienen amor por partida doble - y hasta triple, si tu familia es numerosa - y tú, el apoyo que necesitas para desarrollarte profesional y personalmente. Es y suena genial. Sin embargo, todo tiene un pero.
La principal traba de algo tan bello como criar a tus cachorros rodeados de amor es que no puedes evitar sobreprotegerlos. Si tú, como mamá primeriza, tiendes a ser naturalmente aprensiva ¡imagínate ese estado madre mode on al cuadrado! Imposible abstraerse de estar pendientes de si tu niño/a estornuda, llora o está enojado. Y, muy a nuestro pesar, se hará ¡sumamente difícil darles las herramientas necesarias para crecer y ser independientes! O al menos, será una lucha constante contra los temores u opiniones de tu familia. Sí, porque conforme avanzan sus años, crece su catálogo de posibles amenazas a que los niños están expuestos, con el consiguiente ¡pánico! que ésto les genera.
Es obvio que se agradece la preocupación constante de tus progenitores por aquellos "locos bajitos" que son todo en tu universo. Aunque sí resulta antipático que critiquen tu forma de ver las cosas, o de avizorar qué es lo que deseas para aquella personita que un buen día te fue confiada. ¡Claramente, aspiras a lo mejor para él (o ella), por encima de todo! Aunque tu concepto de "lo que es mejor" no necesariamente coincida con el de tus padres. Esto es lógico, si consideramos que YA somos diferentes (cada ser lo es de otro) y además, crecimos y nos construimos en épocas distintas.
Personalmente, creo en dejar fluir, ya que los niños no nos pertenecen. No son “cosas” que compramos en el comercio, ni diamantes que debamos conservar en una caja fuerte, aún cuando nuestro corazón los vea así. No están llamados a "acompañarnos o tranquilizarnos", sino a vivir. Nuestra tarea es educarlos, guiarlos y entregarles las herramientas para que se desenvuelvan en la vida. Somos responsables de que sepan enfrentar problemas de manera asertiva; vivir experiencias y sacarles lustre. En fin, que desarrollen esa inteligencia emocional que a muchos les es tan esquiva. Y por supuesto, una vez que lo hagan, aceptarlos tal cual son, apoyar sus decisiones - aún cuando no las compartamos - y estar ahí para levantarlos si es que fallan.
Esa es mi percepción, aunque quizás mis familiares estimen que “hay que estar encima” para evitarles toda amenaza. Yo, sinceramente, objeto eso. No podemos ser “escudos” de quien queremos proteger, porque no estaremos siempre. ¿Cómo se desevolverán si por X circunstancia faltamos? Por eso, a mi modo de ver, dar las herramientas para defenderse es lo más. De ese modo nos aseguramos de que se encontrarán bien, aún cuando la vida no nos permita acompañarlos. ¿No lo creen?
Bueno, si algo hay que considerar es que en la crianza de los niños todos los implicados desean lo mejor. Desde el punto de vista de cada quien, pero siempre se propende a lo óptimo. Por lo mismo, hay que trabajar en que los familiares comprendan que si bien valoramos y entendemos su aprensiones, somos nosotras (con la pareja) las responsables del cuidado de ese preciado tesoro que es un hijo. Que menos que nadie lo pondremos en riesgo, porque para cada padre el amor por su retoño es inconmensurable. Escuchemos con paciencia los argumentos de las partes, ponderemos, pero finalmente hagamos valer nuestras decisiones. Corrijamos, eduquemos, confiemos en nuestro instinto: por algo aquellos seres fueron confiados a nuestro cuidado y siempre lo que hagamos por ellos será lo adecuado.
Conversando ésto a nuestros padres - de manera cariñosa - podremos seguir disfrutando de algo tan maravilloso como es contar con ellos en la vida y crianza de nuestros hijos. ¡Confiemos en que lo entenderán! Después de todo, quizás también pasaron por lo mismo.
Foto CC vía Flickr (Damianvila)