Creo que si existe algo que a todos nos empelota es que no nos contesten el celular cuando llamamos. Ya sea que nos aparezca aquella grabación que indica: “este teléfono está apagado o se encuentra fuera del área de cobertura” - con una voz que a estas alturas es tan familiar como antipática - o bien que suene eternamente sin jamás tener respuesta.
El punto anterior adquiere ribetes dramáticos si el tema a comunicar consiste en alguna urgencia o bien, si es una llamada perdida que - al intentar contactar - ya no responde. Es entonces cuando descargamos nuestra ira contra el mundo, señalando que no comprendemos por qué el frustrado receptor de nuestros mensajes tiene un celular si no lo ocupa o imaginamos que, simplemente, no desea comunicarse. (Ojo, que si se trata de nuestros hijos, el catálogo de probables causas también lleva catástrofes y abducciones)
Todo vuelve a la calma cuando conocemos las razones por las cuales no respondieron, por lo general bastante más simples que las vislumbradas. Es más, a nosotras mismas muchas veces nos pasa que no oímos este aparato, lo dejamos en silencio o nos quedamos sin batería.
Así, el que no respondan a una llamada que se ha efectuado con insistencia se constituye como algo terrible en nuestra rutina, mal rato que - afortunadamente - no dura tanto. Eso sí, el “tuut - tuut” del llamado frustrado se transforma en una odiosa melodía que no queremos oír ¡ni aunque pusieran de fondo nuestra canción favorita!
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