No importa qué tan iluminada esté la calle, cuánta tanta gente camine a tu alrededor, la dirección a la que te dirijas, o lo mal que dormiste la noche anterior; a él no le importa más que robarte. Eres su presa y viene por ti.
Entras a la estación del metro y caminas sin mayor preocupación que llegar pronto a tu trabajo para salvarte del frio. Cada día es igual; las mismas calles, el mismo horario, las caras del metro ya son algo conocido. Quizás alguno te saluda por costumbre. Sacas tu celular como todos los días para enviar un whatsapp: “voy tarde”. Después, lo guardas en el bolsillo de tu cartera. La misma que usas todos los días —la regalona— y que está tan gastada que luce los tirantes algo rasgados.
Él te mira, lo has visto observándote. No es feo. Siempre se baja en la misma parada que tú, le miras y se pierde entre la gente. Tú sigues. No le ves, pero él te observa, como hace siempre, sigue tus pasos todas las mañanas. Sabe dónde trabajas, te acecha buscando la oportunidad. ¿Qué quiere? ¿Tus aros, tu cartera, el celular o a ti? Sientes que algo pasará, tu corazón empieza a latir. Apuras el paso y buscas algún lugar donde esconderte, pero ya es tarde: él está ahí. Te está presionando contra un muro, hace como que te saluda pero tiene un cuchillo punzando tu estómago y no dudará en usarlo.
¿De terror, no? Claro que sí. Que te asalten debe ser una de las experiencias más traumáticas de la vida. Sentimos miedo, perdemos el control y nos vemos sometidas a la agresión sin contemplaciones de un desconocido. Esto puede llevarnos a tener pesadillas por mucho tiempo, ya que subconsciente guarda el recuerdo de lo vivido y creamos reacciones incomprensibles para otros, pero que son un claro reflejo del trauma. En otros casos, la culpa nos cohíbe y nos impide dar reporte a nuestra familia o Carabineros, llevando la carga completamente solas. Por eso, será vital para nuestra salud mental realizar un proceso de liberación de lo vivido. Es bueno contarlo a alguien que no nos juzgue por haber sacado el teléfono o que nos diga: “eso te pasa por coqueta”, porque nadie busca que algo así ocurra: fuiste una víctima y no estás sola, a muchas nos ha pasado. Llorar o gritar para liberar ese estrés no es de locos, es algo que te permitirá sacar esa rabia que tienes contra el ladrón y a veces, contra ti misma.
En algunos casos le presentimos, pero la mayoría de las veces nos sorprende, porque esa es la mayor arma de quien intenta asaltarnos. Por eso es fundamental tomar precauciones: camina prevenida. No olvides lo que transportas. Si adviertes caras repetidas no les quites el ojo. Evita caminos oscuros y nunca saques tu celular en lugares con muchos pasajes o galerías. No sueltes tu cartera y lo más importante: si él es guapo no te confíes, porque para muchos es una estrategia.
Cuídate. La idea no es andar a la defensiva, pero considera estos consejos y los de tu familia. Verás que por considerarles puedes salvarte de una fea experiencia.
¿Algún dato o vivencia que nos ayude? ¡Tu consejo puede beneficiarnos!
Imagen CC: Gemma Bou