No puedo evitarlo. Puede que lo anuncien una semana antes, pero yo sufro desde ese mismo día. Cuento las noches, pienso en cómo será, qué me pondré, cómo llegaré al trabajo. Me angustia y por más que lo intente no logro superarlo: odio la lluvia.
Tan terrible como no dormir toda una noche, así de espantosos son para mí los días de lluvia. Me angustio a tal punto que me duele el estómago, tengo pesadillas ridículas en que todo se inunda o en que me caigo a una poza. Desarmo mis cajones una y otra vez buscando ropa adecuada, pero nada es suficiente.
No recuerdo donde se originó esta especie de trauma, pero en mi mente tengo imágenes de mi casa cubierta de nailon, el sonido del viento y gente resbalándose cerro abajo (año 1997), en un sector donde ni las acequias eran suficientes para contener las aguas.
Debo confesar también que odio que las gotas de lluvia se peguen en mis lentes y detesto los paraguas (aún cuando sean coloridos y estilosos) porque soy baja. Esta característica hace que - además de que me goteen los accesorios de gente más alta - , al perder visibilidad, choque con todo. Soy una estúpida cuando llueve. Nada me sale bien y muy a mi pesar, he subido varias veces con el paraguas abierto a la micro y otras tantas lo he dejado tirado junto a un poste.
Yo no uso de esas botas de agua lindas y con diseño, no. Uso de esas gigantes, que son para el campo, porque me da horror andar con los pies empapados. Y aún así, tomo impulso para no meterlos al agua.
¿Será un trauma o sólo soy cuática? Lo bueno de esto es que con cada nueva lluvia me desafío a actuar como alguien normal. Escondo mi cara de horror y afirmo mi rosado paraguas con ambas manos, mientras cruzo mi cartera sobre mi pecho. Intento mirar al suelo con cautela y no caer en ningún agujero. Sé que por muy complicado que todo parezca, la lluvia pasará —así como muchas otras cosas en la vida— y luego saldrá el sol, las nubes serán blancas y los pájaros cantarán felices en el árbol del jardín. Pensar en mis limitaciones siempre me hace creer que puedo superarme.
Y tú, ¿odias la lluvia o disfrutas de ella?
Imagen cc: José María Pérez Nuñez