Pensé en escribir algo como “odio el Día de San Valentín”, pero en el camino me di cuenta que no me parece tan malo. La verdad, no odio el día de los enamorados, es sólo que a veces me gustaría que Cupido no tuviera tan mala puntería.
Se me ocurrieron razones bien poco originales y argumentos carentes de peso para explicar porqué no me gusta este día, que no me hagan parecer patética o envidiosa. El que más me convence es que es CURSI, muy cursi y detesto lo cursi, lo cursi es malo. Además te obligan a celebrar algo que debiera ser todos los días. ¿Qué pasa si una tiene mala suerte y termina justo antes de la fecha? ¿Acaso no tenemos derecho a nuestro Día del Amor fuera del mes de febrero?
Otras razones que pensé para hacerle la cruz a este día son:
Que la gente le pone mucho color con esta “gringería”, todo se tiñe de rojo, hay tarjetas con diseños chulos en cada tienda, exceso de flores y globitos con formas raras. Sin embargo, losermente, debo reconocer que me gustaría que una de esas horribles tarjetas esté esperándome en mi buzón. Por lo tanto, este punto no tiene mucha validez. Onda Gilda, “me asusta, pero me gusta”.
Después, se me ocurrió que San Valentín es muy fome para los solteros. Todos te recuerdan que estás solo. Te hacen la pregunta más imbécil que alguien puede formular ¿Y por qué no pololeas? (si alguien sabe cómo responder coherentemente, por favor dígame).
Por otra parte, el cable se plaga de películas sentimentales, tipo “Tienes un e-mail”, la calle está llena de parejas felices que se hablan como guagua (qué apestosos!) y los restaurantes y bares tienen de esos “panoramas especiales” hechos para dos.
Luego, me di cuenta de que tampoco me puedo juntar con amigas, porque la mayoría está saliendo con alguien y, lo cierto, es que no estoy ni ahí con llamarlas para que me cuenten de lo increíblemente romántico que resultó el día o para que alguna lloriquee, porque otra vez Juanito Pérez se olvidó de la fecha.
En definitiva, San Valentín me carga, pero porque estoy sola. Hasta ahora, mi panorama es comprarme un helado gigante, galletas y chocolate para mi sola y arrendar alguna película (no cursi) esperanzadora. En una de esas, el próximo año no me cargue tanto.