Siempre se escuchan historias respecto a los apagones. Muchas son sensuales, otras divertidas, pero siempre parece pasar algo cuando la luz se va de improviso. Yo no creía estas historias hasta que la otra anoche me pasó. El Black-out, como lo bautizó la prensa, dejó a oscuras desde Tal-tal hasta los Ángeles, provocando que surgieran varias historias en penumbrosos 2.000 kilómetros de territorio nacional. Esta es la mía.
Metro de Santiago, 20:40 hrs. entra una mina guapa que me mira de reojo. Me siento observado, ella insiste en mirarme. Seguimos avanzando pero de un momento a otro el tren se detiene con violencia y con el impulso ella cae sobre mí. Todo se detiene. Mientras me siento en el piso del vagón, ella se sienta al lado. Suena en el altavoz la voz de un hombre muy alterado llamando a la calma, consiguiendo obviamente lo contrario.
Sólo hay iluminación de emergencia y bajo esa penumbra los destellos de las pequeñas pantallas de celular crean una atmosfera rara, pero pasiva. Ella continúa mirando, yo no puedo evitarla más, es bella y eso supera mi timidez.
- ¿Muy nerviosa? Pregunto por comenzar algún diálogo.
- Si, un poco… responde casi de inmediato, iniciando un relato con completa cronología respecto al terremoto, parientes en el sur y las réplicas que se van sucediendo una tras otra. Nada que me importe realmente, pero ya estábamos hablando.
- Me llamo Dathan, contesto esperando su nombre. – Angélica, responde mientras una sonrisa adorna su cara, ya notablemente más tranquila.
Mientras pasan los minutos, algunas tonadas de los móviles de otros pasajeros comienzan a sonar. La conversación se vuelve miscelánea y bastante más agradable, pero en ese instante regresa la energía, muy a mi pesar.
Llegamos a la próxima estación, donde nos obligaron a bajar. Todo continúa oscuro, el andén estaba completamente vacío. Angélica se acerca señalándome lo asustada que se encuentra de subir a una calle totalmente sin luz. Le pregunto dónde va, me dice que a Lo Barnechea.
-Compartamos un Taxi, le dije esperando que asintiera, cosa que afortunadamente sucedió. Seguimos hablando de cosas al azar, ella va sonriendo y yo también, cada vez más, pero ya se tiene que bajar.
-Te puedo invitar un café, dije presuroso mientras la puerta del vehículo ya estaba abierta. –Por supuesto, señaló mientras sacaba un lápiz con el que anotó su número en mi brazo – ¡Llámame! Dijo mientras se terminaba de bajar del taxi. Sólo atine a cerrarle un ojo al momento en que ella abría la reja de su casa.
-¿A dónde vamos amigo? Preguntó el chofer. - Vamos a Providencia, le respondí mientras miraba el abultado taxímetro y el retrovisor del chofer. Él sólo sonrío.