(foto vía foodporndaily)
Pueden decir lo que quieran, pero estoy segura de que no existe mayor placer en el mundo que comer. Comer por comer, comer por antojo. Sólo porque algo te parece demasiado rico y no soportaste la tentación. La experiencia inigualable de ir a un restaurante y sorprenderte con algo que nunca habías probado, o justo encontrar en tu refrigerador los ingredientes perfectos para esa gran idea que se te ocurrió preparar a última hora.
Da lo mismo si te carga cocinar, porque la pizza que pediste llega hasta tu puerta calentita. Tu mamá te preparó eso que tanto te gusta y nunca tienes tiempo de cocinar o, aún mejor, esa mejor amiga que se las da de Julia Child copió maravillosas recetas de la tele y te invitó a probarlas. Siempre hay una buena excusa.
Qué te importan los kilos, si esa hamburguesa se ve exquisita, las papas fritas crujen de manera perfecta o la torta de chocolate tiene la consistencia adecuada para tu paladar. Te olvidas de las culpas por unos minutos y caes de manera irreversible en el pecado más delicioso de todos.