No sé ustedes, pero cuando adolescente tuve que usar los odiados y poco estilosos frenillos. Claro, en un principio sonaba una idea entretenida y hasta los encontraba atractivos, pero después de ser “instalados” en mis dientes, comenzaron a ser odiados.
Y claro. Todo comienza por las gomitas de colores. Sé que hay personas que les fascina, pero precisamente, el color verde flúor no era mi tono. En fin, luego de ellos, venían los dolores de cabeza, y después, que sólo podía comer papillas de bebé, porque nada más podía ser digerido por mi boca.
Claro que eso era el comienzo. Yo creo que las que han usado frenillo entenderán. Por ejemplo, quién no ha usado esos famosos elásticos que cruzan la boca de un lado a otro, o esa placa plástica que cubría todo tu paladar o peor aún! unos resortes que unían tus molares de arriba abajo.
En realidad, esta experiencia no se la doy a nadie, espero que aquel día ese chico que tanto me gustaba, no se haya dado cuenta que le di un beso con esos aparatosos brazos de robot insertados en mi boca.
En fin. Cuando me sacaron los frenillos, el resultado fue fabuloso. Dientes grandes y perfectos. Realmente me cambio el rostro. Pero, las anécdotas, como enredarte con tus propios chalecos, entre otras cosas, no se las doy a nadie.
Y tú ¿tienes alguna experiencia desastrosa cuando usaste frenillos?