Por: Jaii
Después de haber pasado por la tortura y ansiedad de la PSU y haber logrado un puntaje decente que me permitió entrar a una carrera tradicional en una universidad privada, pensé que mi madurez estaba a la vuelta de la esquina. ¡Qué equivocada estaba! A pesar de haber tenido una experiencia universitaria bastante entretenida, llegué al punto en que debí enfrentarme a la realidad que me angustiaba desde hace 3 años: ODIABA MI CARRERA.
¿Cómo hacer para decirle a mis viejos, “Saben qué, creo que Derecho no es lo mío”? Las películas más terribles pasaron por mi cabeza: abandonar la universidad para siempre, que me echaran de mi casa. Tuve que armarme de valor, ser bien mujercita y sentarme a conversar con mis papás de lo que me pasaba. Obviamente mi mamá ya lo intuía, así que fue la primera en darme su apoyo. Mi papá fue un poco más difícil de convencer, pero finalmente me dijo: “Prefiero una hija feliz que una abogada frustrada”.
Habiéndome sacado un peso de encima me lancé a la aventura nuevamente e hice los trámites para cambiarme de carrera y universidad. Llegó marzo, y entré con mucho miedo, porque sabía que sería una de las más viejitas de mi generación. Para mi sorpresa, no fue así y conocí mucha gente agradable y eso me hizo las cosas más fáciles. Además tuve la suerte de encontrar mi vocación: La Pedagogía. Me costó, pero lo logré.