A pesar de todo lo que puedan decir de él, me encanta Alberto Fuguet. El primer libro que leí fue Sobredosis, que técnicamente es una recopilación de cuentos. Estaba en Iero medio y el libro me pareció total porque salía gente que casi tenía mi edad, que hablaba con garabatos, que iba al Apumanque, que veía tele y escuchaba música.
El paso lógico fue Mala Onda. Tuve el mal o el buen tino de leerla justo durante mi viaje de estudios a los 16 años, lo que obviamente me hizo creerme el alma gemela de Matías Vicuña, su protagonista, un chico de 17 que andaba en la misma que yo, pero en Brasil y la verdad, bastante más hardcore que yo. Adoré a Matías sólo como un año más tarde adoré a Holden Caulfield, el insigne personaje de El guardián entre el centeno.
Fuguet hablaba como yo, como nosotros, como todos. Era chileno, pero tenía algo muy gringo que todos odiaban, pero que a muchos nos mataba. Hablaba como cuico en un país donde todos querían ser cuicos, pero fue y ha ido mucho más allá. Por favor rebobinar, Tinta Roja, Las películas de mi vida, sus colecciones de ensayos siempre eran los libros me demoraba menos en leer, pero los que más envidiaba; algún día yo quería vivir todo eso y escribirlo como si fuera mío. Sacándose los prejuicios y aunque por muchos sea tratado como un escritor menor (lo han dicho de varios), Fuguet es un tremendo cuenta historias, capaz de crear diálogos tremendamente engrupidos, pero tremendamente entretenidos también. Hay una generación de veinteañeros que pasamos nuestra adolescencia leyendo, viendo y escuchando cosas que siempre esperamos que nos pasaran de grandes, pero aún no llegan. Por eso Fuguet tiene culpa, pero se le perdona.
Alberto Fuguet está próximo a lanzar Aeropuertos, la historia de dos jóvenes que en 1992 quedan esperando guagua y cómo 18 años después, el hijo de ambos les pasa la cuenta. Además, se encuentra preparando una secuela de Mala Onda, llamada Matías Vicuña (Vía revista Qué Pasa)