¿Nunca les ha pasado que ustedes viven tranquilos en su esquina y no falta el metiche que anda pendiente de todo lo que hacen y dan su opinión sin que nadie se las pida? Personas que creen, que porque te conocen un poco, o porque de vez en cuando les has dicho “hola”, tienen derecho a opinar sobre tu vida. Lo más tragicómico de estos personajes, es que no dicen cualquier cosa, sino más bien, te critican o tratan de “enseñarte o instruirte” como si ellos fueran perfectos.
Resulta curiosa esta costumbre de meterse en la vida de los demás. No falta la vieja sapa que te mira desde arriba cuando entras a tu pololo al departamento, o el heladero que te vende sin azúcar porque “te está haciendo un favor”. Todos hemos sufrido con esa gente insoportable que se siente con el derecho de saber detalles que no les incumben.
La gente entrometida me saca canas verdes. Llego a echar humito por la nariz, cual dibujo animado. Es que está bien, hay veces que uno necesita pedir una opinión, pero ahí está la palabra mágica, “pedirla” y no que lleguen de la nada a educarte, decirte y cuestionarte sobre cómo hacer las cosas.
Actitudes como estar pendiente de si entras, sales, comes, chateas, te atrasas o no, son las peores. Te lleva a darte cuenta que realmente hay gente que anda por la vida totalmente desubicada y que, no sé por qué extraña razón, están pendiente de lo que haces o dejas de hacer. Consiguen que te cierres y pongas una barrera insoslayable hacia el resto. No viven, ni te dejan vivir.
La gente demasiado chismosa y entrometida no cae bien. Son molestos y evitados por todo el mundo. Es algo de pésimo gusto y de mala educación andar fisgoneando la vida de los demás. Así que nunca olvidar a nuestras sabias abuelitas que decían, “en boca cerrada, no entran moscas”.