Por: Mariano Palacios
Un año y medio de cortejeo virtual me costó que aceptara una invitación a salir. Hasta que accedió flechada por mis encantos frente al teclado.
El humor, una sandía calada en lo que a armas de conquista se refiere, era el caballito de batalla para tener una complicidad única. Así, a las dos semanas ya nos paseábamos de la mano por los cines y restaurantes.
Pero cuando uno tiene el chip de la mensura en el ADN, es como jugar con Condorito en la defensa: el autogol es algo inminente. Por eso es que, a pesar de que tenía todo lo que uno desea con una mujer, empiezas a encontrar complicado hasta que te rasquen la espalda con tres dedos en vez de con cuatro.
Las inseguridades aparecieron abruptamente. El "no eres tú, soy yo" se acercaba a pasos agigantados, hasta que irrumpió haciendo pedazos el flechazo inicial. Dice que le partí el corazón. Que nunca pensó llegar a sentir algo por mí en tres meses. Y no entiende por qué me eche a volar.
Ahora que han pasado algunos meses, siento la obligación de tener todos los chats abiertos en el Blackberry. De alguna manera hay que soñar con una nueva oportunidad. De los arrepentidos es el reino de los cielos.