A quién no le ha pasado hoy en día que queremos estar enamorados y luego cuando lo estamos, nos entra un pánico terrible. Nos asustamos como cabros chicos y a veces hasta nos paralizamos. No queremos renunciar a la pasión abrasadora del enamoramiento, pero a la vez queremos evitar los quehaceres del compromiso. Ni siquiera sirve aquello de “ni contigo ni sin ti”. Ahora sólo funciona “contigo, pero sin ti”.
Si corren malos tiempos para la pareja, aún anda peor la capacidad de emparejarnos. Vivimos una especie de epidemia que consiste en desear de una manera loca estar enamorados para después sufrir como una condena por ese lazo por el que tanto suspiramos. Estamos en un tiempo donde el compromiso afectivo da un miedo terrible.
Muchas veces el miedo a amar a alguien se reconoce ante los sufrimientos causados por amores mal entendidos. Por engaños y autoengaños. Por corazones rotos y desgarrados por el dolor del desamor. Nadie quiere volver a sufrir así. No es necesario ni anhelado. Por eso debemos aprender a amar desde la plenitud y para eso hay que partir por amarse uno mismo. Algo que muchas veces olvidamos.
Es básico conocer nuestro estilo afectivo para ser capaces de vivir acorde con él. Saber lo que queremos y lo que no en nuestras vidas, sólo así podremos estar tranquilos con nosotros mismos y amar en paz. Lo importante es responsabilizarnos de las elecciones que hacemos en cada momento, con integridad y sin dañar a los demás.