Por Almendra Bruhn
Ahora sí puedo decir que pertenezco a una minoría, ya que soy vegetariana. Es que toda la vida he amado a los animales. De hecho, desde que tengo uso de razón, que hay gatos y perros en mi casa y son algo más que mis compañeros de cuna.
Un día decidí que no bastaba con hacerles cariño ni con comprarles un par de láminas de jamón; necesitaba hacer un aporte grande a la sociedad animal. Así que, un día, después de ver cómo asesinaban a un chancho en Discovery Channel, me armé de fuerza y dejé las carnes rojas. Duré hasta el 18, cuando me pillé en un asadito atravesada con un trutro de pollo, que juro por mi gata que se movió del plato. Fue la gota que rebasó el vaso. Chao con comerme a Chicken Little, a Nemo o al cangrejo Sebastián, no más carnes blancas ni rojas ni pescados, ni crustáceos.
Lo único fome de todo esto, es que cuando voy a un food garden, pago tres lucas por comerme un pan con tomate y lechuga. Ultra caro para lo que es, pero también tiene su lado bueno, porque aparte de la tranquilidad emocional que me da saber que mueren dos vacas menos al año gracias a mí; las personas que van conmigo reciben doble porción de carne. Así que siempre tengo candidatos para acompañarme.