Desde que tengo uso de razón que me como las uñas. Me acuerdo cuando bien chica mi mamá y mi abuela hacían lo imposible para que no me las mordiera. Desde os típicos esmaltes con sabores amargos, hasta meterme los dedos en ajo. Así y todo, nunca pudieron cortar con mi manía.
Menos mal que nunca me las mordí hasta no tener uña. Mi técnica era sólo comérmelas hasta cuando empieza el dedo y me las “limaba” con los dientes. ¡Bien cerda!
Nunca he entendido por qué lo hago, pero me encanta. Cuando estoy nerviosa mi manía se incrementa. Igual con el tiempo lo he ido controlando, sobre todo cuando me las pinto, porque encuentro que no hay nada más feo que tener el esmalte saltado, o sea, la uña a medio pintar.
Sin embargo, cuando pensé que ya tenía todo bajo control, pasé algunas cosas medias estresantes y ahora que me miro los dedos, mis uñas están con el esmalte saltado: es decir, no me di ni cuenta y me las comí.