No es el final de Harry Potter, es el final de mi adolescencia. Soy de las que leyeron todos los libros y espero con ansias cada publicación. Soy de las que odió las versiones que se llevaron al cine, pero que igual las vio todas. Ahora, en la última parte de la saga, estoy ansiosa y sólo quiero que sea el día del estreno.
Mi ñoñería tiene límites, en todo caso. Nunca me disfracé ni intenté implementar la magia del libro en mi vida real, pero sus trucos sí fueron parte de mis tardes de ocio y de mis veranos desocupados. Harry Potter creció conmigo, o crecimos juntos, no sé. Pero su final coincide con el inicio de mis días de adultez.
Porque comencé a leer Harry Potter desde chica, hace más de diez años. Por eso, la emoción. Su estreno implica para mí el cierre de una etapa, el fin de los años en que leía textos de niña ñoña. Se acabó Harry, se acabó mi adolescencia.
Este jueves 14 todas estas sensaciones tomarán forma. Lo bueno es que veré pasar el final mi niñez en pantalla grande y con pop corn. Ni JK Rowling lo hubiese escrito mejor.