Me casé, morí, reviví, trabajé como gangster, periodista y policía. Fui pobre y viví en una choza, luego rica y habité una mansión. Viví más en Los Sims, en mi casa de muñecas virtual, que en mi vida real. Porque jugaba a diario, por lo menos tres horas. Estuve obsesionada, pero feliz.
El bendito juego llegó a mi casa junto con el primer computador, cerca del año 2000. Desde entonces, jugué durante años y tuve más de una versión. Hasta que me cambié a Linux y lo olvidé por un tiempo. Hasta hace unas semanas cuando leí que Los Sims llegarían a Facebook. Ya lo jugué y tengo sentimientos encontrados con esta versión.
Primero, es un Pet Society de personas. Te regalan monedas y puntos basura que acumulas cada vez que tu Sim come, aprende o conversa. Después, necesitas esos estúpidos puntos para construir una nueva habitación o un mueble. Mal, porque si te faltan puntos, no puedes hacer nada y el juego te ofrece comprarlos con tu dinero real (!). Nada que ver con la versión original.
Dos, tiene una barra de energía que se consume con cada acción importante que realizas (esas que te dan puntos basura). Sin energía -que no tiene nada que ver con la energía que se recarga cuando duermes- no puedes interactuar. ¿Cómo consigues más energía? Otra vez con dinero real o si invitas a muchos amigos a jugar. ¿Por qué nos hacen esto? Es frustrante.
Tres, todo el rato, por cada acción que realizas, Facebook te pide compartirlo con tus amigos y actualizar tu estado con tu nuevo gran logro en el mundo Sim. ¿Por qué te obligan a delatarte ante tus amigos? Totalmente invasivo y dictatorial. Mala onda.
Me siento triste y desilusionada. Cuando supe del gran abordaje de Los Sims a Facebook casi se me sale el corazón de felicidad, pero resulta que es una versión charcha y desvirtuada del juego que ocupó horas de mi niñez. Ojalá lo mejoren o de lo contrario me mataré... en el juego, claro.