Por: Luisa
Cuando me enamoré de Frank y él de mí, todo fue fantástico…..yo, una bella colombiana estudiante en la universidad de Palma de Mallorca y él, Belga- Español, hombre de negocios, súper atractivo, varonil y un verdadero “gentleman”.
Cada día, nuestra relación se volvía más fuerte. Luchábamos contra el mundo para mantener nuestro amor…nunca sentíamos los 23 años de diferencia. Es más, nos reíamos y nos burlábamos del universo y su gente, cuando nos preguntaban si yo era su hija, los dos respondíamos; no, soy su nieta.
Cinco años pasaron, él se divorcio y yo terminé mi carrera. Decidimos dejar España para venirnos a América como inmigrantes. Empezamos sin nada económicamente y sobrepasamos cualquier obstáculo que se nos presentó. Era un “amor verdadero” en todo el sentido de la palabra.
Tuvimos una relación “perfecta” por 16 años hasta cuando los dos alcanzamos cierta edad…él los 62 y yo los 39. Todo, pero todo, cambió radicalmente; la comunicación, las prioridades, los gustos, las necesidades, en fin, no teníamos nada en común… solamente el trabajo!
Un día, decidí dejar mi hogar, después de 21 años de matrimonio. Había luchado mucho por salvar nuestra relación, hasta el punto, que le pedía constantemente que fuéramos por ayuda profesional, pero él nunca accedió a recibirla. Éramos dos generaciones completamente diferentes… cuando el hablaba de la muerte, yo hablaba de la vida!
Hoy, no lo encuentro justo, que un hombre mayor con su madurez, se establezca con una mujer joven sin experiencia. Sí, me guió, me enseñó y me amó como jamás nadie lo volverá a hacer; en muchos aspectos, le debo lo que soy hoy en día.
Cuando lo dejé hace 10 años, él se encontraba en perfecta salud. Finalizado el divorcio después de dos amargos años, se enfermó y tuve la oportunidad de estar a su lado por 3 meses, ayudándolo a enfrentar la enfermedad que lo llevó a la muerte y por eso, estoy eternamente agradecida.
Hoy, me encuentro indirectamente viviendo la edad de mi esposo…viuda y sola y en otro aspecto, mis treintas…soltería, libertad, aprendiendo y comenzando una nueva vida; lo extraño tremendamente, pero no podía seguir en esa triste situación.
Qué ironía, no?Le digo a él, mirando al cielo: ‘nunca me preparaste para esto”.