Lamentablemente yo sí; voy a contarles mi experiencia. Llevaba como un año pololeando cuando decidí ir al cumpleaños de una amiga sola. Empecé a tomar y se me pasó la mano. Ya cuando estaba ebria, apareció un “amigo” con el que había pinchado hace un tiempo. Conversamos, bailamos y entre la curadera y el joteo, cedí. Terminé dándole unos besos, de los que me arrepiento hasta el día de hoy.
Luego del episodio, duré dos años más pololeando y él nunca lo supo. No crean que no me la sufrí, el silencio fue mi peor castigo. Creo que el hecho de contarle a la otra persona resulta ser mucho más egoísta que vivir con esa carga diariamente. En mi caso, no hubo día en el que no me sintiera culpable y en el que no me cuestionara si no haberle dicho fue la decisión correcta.
Siempre me pregunto… qué habría pasado si no hubiéramos terminado, si ahora estuviéramos viviendo juntos (que eran nuestros planes). ¿Le habría terminado contando o me habría ido con el secreto a la tumba?
Cuando terminamos yo seguía enamorada. Hasta hoy pienso que lo que me tocó vivir, lo mal que lo pasé después de que me pateó, fue la forma que Dios o el destino tuvo para castigarme por haber sido infiel.
Así que ya saben chicas, piénselo dos veces antes de ponerle el gorro a sus queridos pololos.