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Uno pasa de cumpleaños en cumpleaños y de repente olvida en qué etapa de la vida está. Sin embargo, queriéndolo o no, el resto del mundo siempre se encarga de recordártelo.
Últimamente hay un par de cosas que me gritan en la cara que ya no soy la niñita de mamá, sino una mujer adulta que trabaja y tiene responsabilidades. Por ejemplo, el otro día me encuestaron en el Metro. Me preguntaron el ingreso de la casa y cosas así. Preguntas que, hace un par de años, respondía con datos de mi mamá o mi papá. Hoy, son mis datos: mi sueldo, mi pega, lo que estudié. Soy jefa de hogar. Igual es intimidante asimilarlo.
Otra cosa es que la maternidad es tema recurrente. Con distintas amigas hablamos de si vamos o no a tener hijos, de cuál es la edad ideal para ser mamá, etc. De hecho ya tengo amigas que son mamás. O sea, más adultas imposible.
También los gastos de vivir sola te recuerdan que eres adulto e independiente, porque pagar las cuentas duele, si se echa a perder una llave o un electrodoméstico, lo tienes que pagar con tu plata. Nunca fui tan consciente con el dinero hasta ahora.
Eso sí, lejos, lo que más me choca en la vida es que niños de 6 a 12 años me digan tía y me traten de usted. Qué les pasa, no soy tan vieja como para que no me tuteen. Eso ya marca distancia altoque. Definitivamente ya no eres una niña si un cabro chico te ve como mayor. Como que te tiran la edad en la cara. Es una cachetada, diría Pablito Ruiz. Uf, otra referencia con la que se me cayó el carnet. Qué vieja que estoy.