Foto, archivo de la autora con protagonistas reales de esta historia. Hay culturas en las que la gente se declara la amistad. No es el caso chileno. Acá uno tiene amigos así nomás. Uno sabe quiénes son los verdaderos amigos-amigos, los conocidos o los partners. Pero nunca se verbaliza o se oficializa como el pololeo, por ejemplo. Pese a eso, una vez una amiga terminó conmigo.
Era chica, debo haber tenido ocho años, y tenía una vecina de mi misma edad con la que me juntaba. Carla, se llamaba o se llama todavía, supongo. No sé por qué a mi mamá nunca le gustó como amiga, pero a mí me caía bien y jugábamos. Onda, a las Barbies, a los viajes en el tiempo y todas esas tonteras que hace una cuando es chica.
Un día estaba en la plaza de la villa donde vivía en ese tiempo, jugando con mi prima (también de mi edad), cuando de pronto aparece Carla con otra niña. Se me acerca decidida y me dice. "Necesito hablar contigo" con un tono demasiado serio para su cuerpecito de infante. Vamos a un lado, las dos a solas, y me la tira "quiero que terminemos como amigas".
Y aunque yo era chica, era lo suficientemente astuta como para entender que lo que estaba escuchando era una reverenda estupidez. Me reí con su frase y le dije "bueno". ¿Qué más iba a hacer? Igual bien en el fondo me dio pena, porque no entendía su cambio o por qué estaba "terminando" conmigo si pasábamos tantos buenos momentos.
Sólo las parejas se dan el filo de una manera similar, pero cuando alguien te chutea -amiga, pololo, familiar-, la sensación es la misma. ¿Qué hice mal? ¿Por qué fui tan posesiva, celosa o mala persona? ¿Por qué me dejó de querer? ¿Fuiste tú, fui yo? Casi veinte años después, todavía me pesa esta anécdota. Fue tan raro. Creo que nunca la digeriré del todo. Carla terminó conmigo para siempre. Ese mismo día logró que yo nunca la olvidara.