Foto: archivo personal de la autora.
Cuando era chica era una asesina. Mataba muchos bichitos sólo por diversión y curiosidad. Ahora que crecí y me volví empática con estos pequeños seres, me arrepiento mucho de haberlo hecho. Me siento terriblemente mal.
Me acuerdo que reventaba chanchitos de tierra porque me gustaba ver sus interiores color manjar. Les enterraba palitos para matarlos. Cuando veía una babosa o un caracol, les tiraba sal en cima, porque se secaban y se retorcían. Eso también me causaba gracia.
Otras veces, buscaba nidos de araña en el muro exterior de mi casa. Metía palitos y hacía que salieran arañas de rincón, cuando estaban afuera, las aplastaba con mi dedo índice. También me gustaba aplastar hormigas y contar mientras lo hacía. Era una verdadera genocida.
Ahora adulta, nunca mataría a un bichito por placer. Al contrario, trato de no hacerlo. Salvo cuando hay una araña sobre mí y no me queda más opción. Además, una vez me picó una araña cuando era chica (¿justicia divina, revancha natural?) y no quiero ver mi brazo negro otra vez.
Cuando uno es niño es bien cruel. Ahora le pusieron nombre al bullying, pero es algo que mis amiguitos hacían y que, confieso, yo también. Yo creo que la infancia es poco inocentona, bien malévola y poco empática. Si no, no explico de otra manera andar aniquilando seres vivos o andar traumatizando a los compañeros de curso.
Como sea. Ya no mato bichitos para pasar el rato. De hecho, me da pena que le hagan daño a cualquier ser vivo. Ahora disfruto estudiarlos, miro cómo se desplazan los gusanitos y me sorprendo de lo bacanes que son. Realmente me arrepiento de haber sido mala con ellos en el pasado. Espero que algún día el universo me perdone.