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Cuando era niña, veía muchos dibujos animados. Muchos más que ahora, que sólo veo Los Simpson de vez en cuando. En esos programas, muchas veces los protagonistas eran un team de amigos que vestían de tonos característicos: Sailor Moon, Power Rangers, Tortugas Ninjas o Los Planetarios. Siempre eran un colorinche team luchador con lazos de amistad gigantescos.
Con mis amiguitos, específicamente con las niñas, jugábamos a que éramos esos equipos. Cada uno adoptaba un personaje de la serie. A veces la asignación era por parecido físico o porque la líder del grupo de amigas debía encarnar al líder del programa que imitábamos. Entonces montábamos toda una parafernalia: nos disfrazábamos, imitábamos las personalidades y formas de hablar, mientras reproducíamos los diálogos. Era muy divertido.
Podíamos pasar horas en ese juego de roles, sin aburrirnos de imitar a la tele.
Yo creo que en el fondo, nos habría encantado ser tan amigas como las Sailor Moon y tan minas como ellas. Que nuestra vida hubiese tenido todos esos acontecimientos extraordinarios: de un día para otro convertirnos en princesas y tener un Darien que nos pretendía; proteger al planeta con anillos mágicos y hacer del mundo un lugar mejor. Pero no se podía y nos consolábamos con imitarlas.
Lo triste es que nuestra amistad no trascendió más. Uno cambia cuando crece y las niñas que solíamos ser un grupo sólido, nos fuimos cada una por nuestros lados. Más cuando salimos del colegio. Además, siempre hubo roces y rivalidades que salían a flote cuando jugábamos: todos queríamos ser Serena o la Power Ranger Rosada, pero no todas podíamos serlo. A mí, por mi cara de china, me mandaban a ser la Power Ranger amarilla, si es que no me tocaba ser hombre. Eso generaba discordias y mala onda.
Pero igual jugábamos y por el bien de la amistad, hacíamos como que no importaba. De hecho, me acuerdo de esos juegos con harto cariño y me da risa las estupideces que hacíamos. Eran tiempos bonitos. Aunque, con distancia, ahora puedo ver cómo en esos pequeños roles, empezaban a notarse cómo íbamos a ser cada una cuando grandes: la mandona, la sumisa, la más cachonda, la más pava.
¿Qué será del resto de mis amigas de la niñez? ¿Se habrán convertido en protagonistas de su vida o serán personajes secundarios? Lo que es yo, creo que sigo siendo la Power Ranger amarilla: no soy la más popular, pero pego mis combos cuando tengo que hacerlo.