Foto: archivo de la autora Los enamoramientos de pendeja son los peores. Cuando miro para atrás y pienso en la cantidad de tonteras que hacía por mi amor secreto, me da vergüenza y me dan ganas de volver en el tiempo, ahora adulta, y decirle a mi yo niña "oye, no seas pava, si guardas esta servilleta que ocupó, no habrá una razón mágica para que él te pesque". Bueno, eso pienso ahora, pero, cuando era chica, hacía toda clase de trucos y acciones ridículas pensando en mi amor platónico. La niñez es muy ingenua.
Cuando me comía una manzana, la hacía girar tomándola por el ganchito, diciendo el abecedario. La creencia popular era que en la letra que se soltara la ramita, correspondía al nombre de alguien que estaba pensando en mí. Entonces, si me gustaba Pepito, hacía un esfuerzo especial porque el ganchito se soltara en la P. Y si sucedía, me emocionaba a morir.
Hacía lo mismo con los números del boleto. Sumaba los números de mi pasaje escolar y hacía calzar lo que más pudiera las letras, acorde al niño que me gustaba. Si no me salía la P de Pepito, pero sí la L, no importaba porque se llamaba Pepito Los Palotes, entonces igual era feliz. Otra lesera máxima que hacía era guardar todo, TODO lo relacionado con él. Si me prestaba un lápiz y se daba la oportunidad de no devolvérselo, me lo quedaba y lo atesoraba mucho, en una caja especial de "sus" cosas. Si en el recreo iba a la sala y estaba sola, caminaba a su puesto y olía su polerón, secretamente lo abrazaba. Era como un sucedáneo de su amor.
Una de las cosas más mongólicas que hice fue traducir un texto que estaba escrito en su mochila, que era la marca o algo así, ingenuamente, creía que entender lo que ahí decía me acercaba más a él. Ay, no, muy nerd. De hecho, hice más boberías, pero que no les voy a contar porque me da plancha. ¿Qué pequeñas cosas hicieron ustedes por sus amores de infancia?