Partamos de la base de que soy muy mañosa e irritable. Muchas cosas me ponen de mal humor rápido, como el cabro chico que está anunciando las estaciones del Metro. Al principio me dio risa, pero ahora su voz saturada y aguda me pone mal. Y en esta época que es de amor y de compartir, igual hay cosas que me dan neura. Como los villancicos.
Primero, siento que no es propio de nosotros. O sea, la Navidad en sí es importada, pero igual de a poco le ponemos su toque latinoamericano. Los villancicos son fríos, lentos, pajeros. Muy del clima gringo o europeo de esta época, entonces como por una cuestión de piel y rítmica, no me pueden gustar.
Sumado a eso, aparecen en todos lados. No puedes escapar. Hay cancioncitas navideñas en el supermercado, en el mall, en las farmacias. Es como mucho. Entonces, me dan ganas de poder cerrar las orejas -como se pueden cerrar los ojos- y evadirme, no escucharlos, hacer como que no existen a mi alrededor.
Me acuerdo de, cuando chica, ver videos de villancicos en la tele, como a la Cecilia Echenique cantándole a un pesebre. En ese tiempo lo toleraba porque toleraba cualquier basura que dieran por televisión. Pero ahora, me supera. Soy capaz de tirarle una taza con café caliente a la pantalla si me los topo.
En definitiva, para mí la Navidad no son los villancicos. Yo veo esta fecha como un cumpleaños colectivo, una instancia en que le puedes hacer un cariñito a toda la gente que quieres con un regalo, un gesto. Sé que no necesitas un día preciso para hacerlo, pero también, por lo mismo, sé que tampoco necesito cantar cancioncitas tediosas para disfrutar de estas fiestas.