Lloro con las películas mamonas, no lo puedo evitar. Me da vergüenza, pero soy el público ideal: me río con todos los chistes, lloro cuando suena el pianito triste y juro que los protagonistas son mis amigos. Por hipersensible, evito las comedias románticas, porque sé que voy a llorar cuando la pareja viva feliz para siempre o cuando, por culpa de las circunstancias, tendrán que separarse. Ya me dio pena.
Hay películas que de puro pensar en ellas se me aprieta la garganta. La mayoría porque me identifican. Pucha que sufrí con Robin Williams travesti en “Papá por Siempre” porque mis viejos eran separados. Últimamente, se me ha salido mucho el lagrimón. Ahora les digo con cuáles:
I am Sam, amor de papá (foto principal): la vi hace una semana. Demonios, qué manera de llorar. Igual me cargó un poco, porque se nota que está hecha para que a uno se le mojen los ojos. Aún así, me sedujo a morir, más con sus referencias a Los Beatles. Maldito Sean Penn, me conmovió todo el rato con su mensaje de “all you need is love” para tus hijos. Lágrimas.
Hachiko, amor de animalito: un perro fiel que esperó a su amo durante años en una estación de tren. Si tuviste una mascota que adoraste en tu infancia, esta película te matará. La vi en un bus camino a Pichilemu y el copiloto me tuvo que pasar un rollo de confort. No lo soporté. Basada en un hecho real, existe una estatua del perro en la estación japonesa. Lo encuentro terrible: el perro, aún muerto, nunca dejará de esperar. Tremendo.
El Gigante de Hierro, amistad de robot: es la típica película de un niño que descubre que el monstruo al que todos temen tiene sentimientos y puede ser bueno. Pero tiene otro cuento: el robot sabe que tiene un lado malo y lucha contra eso. Es tan triste verlo empeñarse por ser bueno, por ser como “Super Man”. Me acuerdo del final y me estallan las glándulas lagrimales.
El Rey León, amor de leoncito: ¿Disney es magia, es diversión? Qué mentira. Perdí la inocencia cuando vi morir a Mufasa. Nada le hace el peso al dramón de Simba diciendo “papá, hay que ir a casa”. La reestrenaron en el cine y su efecto muérete-de-pena no ha cambiado nada. Oh, Mufasa que estás en el cielo, aparécete y consuela a tu pequeño y descarrilado Simba.
Me dio más pena repasarlas todas. Pásenme un pañuelo porfis.