Foto vía.
El domingo estuve de cumpleaños (llego a mítica cifra del cuarto de siglo) y para hacerme un cariñito (o justificar sus excesivos cobros), la Isapre me regaló un masaje. Nunca antes me había hecho uno de forma profesional, creo que cambió mi vida.
Fui a una clínica especializada en el tema, que también se enfoca en el deporte y la kinesiología. O sea, muy pro. Me atendió una chica muy simpática que me hizo pasar a una habitación ambientada para la ocasión, me pidió que me sacara todo lo de arriba (esto fue un poco vergonzoso) y que me tendiera de bruces en la camilla. Entonces empezó la magia.
Todo estaba acondicionado para que me relajara: música como oriental, suavecita; luces bajas, ricos aromas y las manos de la chica, les juro que sentí como si fuera un pulpo, como si tuviera más de dos manos y pudiera tocarme simultáneamente en muchos puntos. Seca la tipa.
El masaje duró media hora, pero fue suficiente. Me relajé mucho, creo que todos los nudos que tenía en el cuello -por mi mala postura al sentarme-, se deshicieron como chocolate en día de calor. Quedé como nueva, más liviana y contenta.
Lo único malo fue que, al salir, pasé al baño y vi que me me había quedado la camilla marcada en la frente, tenía una línea roja que atravesaba toda la parte superior de mi cara, pero no me importó, estaba tan sin neura, tan optimista, que me reí y la vergüenza se pasó.
¿Se han hecho masajes así ustedes? ¿Sí o no que es rico? El mejor regalo que he recibido en mi cumpleaños número 25.