Agarrar la mochila y largarse. Cuántas veces no lo pensamos…En mi caso es recurrente sentir la necesidad de viajar, de vivir la espontaneidad, de cada día descubrir un paisaje distinto, de tener la posibilidad de tomar decisiones que realmente cambian el rumbo.
Así fue como, tras titularme, decidí viajar por cuatro meses por Latinoamérica. La verdad es que nunca pensé en el miedo ni en la soledad que podría sentir y solo me imaginaba las bonitas aventuras que me esperaban.
Pero debo admitirlo, puse un pie fuera del país y la sensación de pánico se apoderó un poco de mi cuerpo. Pero no hay como respirar profundo, pegarse un “omm” y seguir. De esta forma el primer shock estaba superado.
En la medida que pasaron los días fui acostumbrándome a estar en alerta y al mismo tiempo poder disfrutar de los lugares y personas que iba conociendo, que recurrentemente me preguntaban “qué hacía viajando sola”.
Claro que en algunos momentos de extrañar mucho yo también me lo pregunté y resolvía que era lo que quería y, en alguna medida, necesitaba.
Creía que lo necesitaba porque tras terminar cinco años de universidad, un proceso de titulación que me exigió dedicación y esfuerzo, y un término de relación de más de tres años, consideraba que era justo y necesario, como siempre digo.
Y es que a veces nos perdemos, nos dejamos de reconocer y nos vemos impedidas a compartir solo con nosotras mismas, ya sea por tiempo o ganas.
El viaje siguió y maravillosamente me encontré con amigas en Ecuador, con las que pude soltarme y disfrutar al cien por ciento. Fuimos a bailar, cantamos, conocimos gente, recorrimos y conversamos de lo bonito y difícil de viajar, sobretodo siendo mujeres y en una cultura tan machista como la Latinoamericana.
Quejas no tengo. Ecuador es un país maravilloso; afable, voluntarioso y sencillo, pero no puedo negar que me fue difícil lidiar con el exceso de buena onda y piropos de los hombres –que no pasan necesariamente por lo guapa que una sea-, que en un comienzo me espantaban un poco. Pero llegué a comprender que esa era su forma de relacionarse con las mujeres y que éstas, en muchos casos, los reafirmaban a punta de coqueteos.
Es que realmente de Chile para arriba la cultura se pone más “caliente”. Así también me sucedió en Colombia, donde la caricatura del caribeño candente se hace realidad.
Pero siempre la buena onda era mayor y, en la medida que una se relacionara con ellos de forma amistosa, dejando en claro las intenciones, la posición de galán sudaca se dejaba atrás.
Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Ecuador Colombia; todos países maravillosos, con una cultura única y rica de descubrir.
Arrepentida de mi decisión nunca. Aprendí a conocerme, a tolerarme y también a tolerar, a agudizar mis percepciones e intuiciones y sobre todo a disfrutar.
Ahora, a pensar en el próximo viaje.