El otro día leí que un amigo escribió en Facebook: "la mujer quiere que uno le diga la verdad, hasta que uno le dice la verdad" y encuentro que tiene mucha razón.
Cuando las mujeres necesitamos que nos digan la verdad, es cuando tenemos una sospecha y, aunque nos carga que nos mientan y odiamos tener esa sensación de que sabemos algo, pero no podemos corroborarlo, muchas veces no estamos preparadas para que nos confirmen "la verdad".
Pensamos que lo tenemos todo bajo control, que tenemos un chaleco antibalas que nos protege de todo daño y que -por sobre todas las cosas-mientras nos digan la verdad, vamos a estar bien y podemos superar cualquier cosa. Nos las damos de investigadoras privadas, buscando pistas que nos ayuden a increpar al susodicho en cuestión, para que sucumba ante la presión y confiese. Pero no nos damos el tiempo de realmente abrir los ojos y ver qué es lo que estamos buscando, o lo que ya encontramos.
Porque, seamos realistas, a veces la verdad es brutal y nos pega tan fuerte que no logran levantarnos del suelo ni con una grúa. ¿Han tenido esa sensación de que de tanto llorar se les va a salir la garganta por la boca? Porque sí, pasa, generalmente buscamos una verdad que -en el fondo- no queremos saber, porque ya la sabemos y es devastadora.
No quiero decir que preferimos que nos mientan, porque al final las cosas siempre se saben y es mejor no saberlo por terceros, lo que quiero decir es que si exigimos una verdad, debemos estar preparadas para recibirla, o al menos intentarlo. Ahora, también es cierto que somos pasadas de rollos y muchas veces lo que en nuestra cabeza es una tragedia griega, en la vida real sólo va a ser un "me quedé dormido" o "se me cayó el celular a la taza del baño", pero si se encuentran con un drama digno de teleserie venezolana, hay que hacer de tripas corazón y tomar esa verdad -que tanto queríamos que nos dijeran- de la forma más digna posible, aunque eso signifique un aluvión entre cuatro paredes.
Ilustración por: Ena Cortés