Les suena ¿“La Colorina”? La verdad es que a mí hasta hace no mucho tiempo no me sonaba para nada. Y es que a Stella Díaz Varín la descubrí por casualidad navegando por Internet.
Fue así como vi el documental “La Colorina, la vida es una bestia estúpida”, dirigida por Fernando Guzzoni y Werner Giesen, donde retratan la vida de la poeta en su último tiempo de vida (2006), remontándose a la vez a sus años como musa de la poesía chilena.
Porque a Díaz Varín no se le puede sino considerar como musa. Basta con mencionar que fue una precursora en el género cuando la poesía era solo cosa de hombres, en su mayoría intelectuales asiduos a la vida bohemia capitalina.
Aunque para “La Colorina” este escenario no fue problema, y sin ningún pudor, y tras instalarse en Santiago para estudiar medicina y psiquiatría, se integró al boom literario del 50’ haciendo amistad con Enrique Lihn, Enrique Lafourcade, Alejandro Jodorowsky y Nicanor Parra, vinculándose sentimentalmente con los dos últimos, siendo Parra quien le dedicaría su poema “La víbora”.
En el documental de Guzzoni y Giesen se muestra al propio Jodorowsky haciendo alusión a lo atractiva que resultaba esta mujer imponente, alta y de una cabellera roja intensa que, sin si quiera titubear, se plantaba en El Bosco o el café Iris a hablar de igual a igual con los demás intelectuales de la época.
El atractivo de esta mujer peliroja también se transformó en su karma al ser violada tras una cita, lo que inicia una seguidilla de episodios tristes en su vida, relacionados con la pérdida de tres hijos –de la que no se pudo sanar nunca por completo- y el quiebre de su matrimonio.
La vida y obra de Díaz Varín sin duda que no estuvo exenta de polémicas; fue perseguida por Gabriel Gonzales Videla tras dictarse la llamada “ley maldita” y también por la dictadura de Augusto Pinochet.
Porque La Colorina nunca dejó de protestar y expresar su mirada crítica ante las situaciones que no le parecían. De esta forma también fue censurada en periódicos, apresada, torturada, perseguida y atropellada, y no en sentido figurado.
Su obra, como la de muchos y muchas grandes, no tuvo el reconocimiento merecido a pesar de haber ganado un par de premios, como el Pedro de Oña en 1992 y el premio del Consejo Nacional del Libro en 1993, además de ser homenajeada en Cuba y de ganar un FONDART en 1999.
La Colorina sufrió en la soledad de su hogar la enfermedad –cáncer a las cuerdas vocales- que, tras diez años, acabó con su vida.
Pero resulta difícil creer que la mujer que hizo un pacto por medio de tatuaje con Lihn y Lafourcade jurando derrocar a Gonzales Videla, la misma que le pegó un puñetazo a Lafourcade tras publicar un artículo en su contra, considerada la primera “punk ” y la “Bukowski chilena”, pase al olvido.
Y haciendo uso de su propias palabras:
“No quiero que mis muertos descansen en paz tienen la obligación de estar presentes vivientes en cada flor que me robo a escondidas al filo de la medianoche cuando los vivos al borde del insomnio juegan a los dados y enhebran su amargura
Los conmino a estar presentes en cada pensamiento que desvelo.
No quiero que los míos se me olviden bajo la tierra los que allí los acostaron no resolvieron la eternidad.
No quiero que a mis muertos me los hundan me los ignoren me los hagan olvidar aquí o allá en cualquier hemisferio
Los obligo a mis muertos en su día. Los descubro, los trasplanto los desnudo los llevo a la superficie a flor de tierra donde está esperándolos el nido de la acústica.”