Debo admitir que me fascina andar en moto. Pero llegar a esa conclusión fue todo un proceso. Me explico:
Solía adherir a la idea de que la moto es “un ataúd con ruedas”. Al no tener carrocería – pensaba – el eventual impacto de un golpe lo recibe directamente el motociclista (lo cual no deja de ser verdad). Por lo mismo, puse el grito en el cielo cuando mi pololo se compró una. Me quería morir. Pensé que nunca más tendría tranquilidad, imaginando los peligros a que estaría expuesto al conducirla. Tan atribulada estaba, que incluso él propuso devolverla (cosa que, por supuesto, no pensó hacer. Sólo me estaba dando una aspirina).
Comencé a informarme sobre los implementos necesarios para un manejo seguro (casco, guantes, chaquetas, etc.). Conversando con un amigo, él me explicó que la velocidad y sensación de libertad que proporcionan las motocicletas, las hacían atractivas a todo hombre (y también a mujeres, por cierto) Me explicó además que, si ocupábamos una pista en lugar de “conejear” entre vehículos - viajando siempre correctamente equipados -, nada malo debía ocurrir.
Otra amiga, que vivió durante meses en República Dominicana, me contó su experiencia: las motos allá son usadas como “taxi”. Ella tomó una, en cierta ocasión y el conductor le preguntó: “¿con o sin viento? ”. Sin saber muy bien a qué se refería, mi amiga respondió “con”. Fue entonces que el “moto-taxista” la llevó a toda velocidad. La describió como una experiencia simpática y divertida.
Ante esos testimonios, me sentí más tranquila. Pero aún no estaba preparada para viajar en moto.
El día menos pensado, llegó mi pololo a buscarme al trabajo. Dimos un paseo, fuimos a comer y a la hora de ir a casa, me dio la gran sorpresa, ¡iríamos en su moto! Sería la primera vez que me movilizaría en ella y estaba aterrada. Sin embargo, él disponía de casco para ambos, guantes y equipamiento, razón por la cual decidí darle al vehículo una oportunidad.
Debí verme muy cómica sobre la moto, ya que me senté tras mi pololo con las piernas rectas y rígidas -jamás logré encontrar la pisadera para apoyar los pies-. Me aferré a su cintura con todas mis fuerzas y durante el viaje llevaba los ojos cerrados, apretados, rogando que llegáramos vivos a la casa (sí, alharaca a morir, jaja).
Con el correr de los días, mis aprensiones pasaron al olvido. Disfruté tanto como él la velocidad, por supuesto, moderada. Andar en moto era una experiencia fascinante en sí misma. Llegamos a un punto en que mi pololo me pedía sujetarme con mayor firmeza (siempre es malo confiarse).
Hoy llevamos varios meses sin salir en moto. Mi pololo ha preferido el automóvil. Sin embargo, yo la extraño. Incluso he llegado a pensar en comprar una (me fascina el diseño de la clásica Vespa). Concuerdo con que el auto proporciona mayor resguardo, pero siendo prudentes, conduciendo de manera defensiva y utilizando todos los implementos de seguridad requeridos, la experiencia de viajar en moto puede resultar realmente formidable.
*Imagen vía cmichel67