Las razones por las que uno se podría ir a vivir al extranjero pueden ser varias desde: un intercambio, traslado en el trabajo, proyecto de pareja o el sueño que siempre has tenido en algún rincón de tu cabeza. En mi caso, desde que era chica siempre me tinco Canadá. No sabía nada de ese gran país, sólo que estaba ubicado en Norteamérica al lado de Estados Unidos, y que las noticias que salían en la prensa casi siempre eran más positivas en comparación de su vecino.
Cuando me atreví a tomar la decisión de postular a una visa de trabajo para irme a vivir un año a Toronto, ya había cumplido ciertas etapas en mi vida. Ya tenía los diplomas universitarios, había demostrado que puedo mantener un trabajo, y también, que puedo vivir sola en una ciudad que no es la mía.
Con estos pasos dados ya me sentía preparada. Porque sabía lo que es estar sola, en un lugar nuevo, buscando trabajo y estando abierta a lo que la vida tiene que ofrecerme. Ahora, cuando me visualizaba a mi misma viviendo en otro idioma y sin la familia cerca en caso de emergencia, me daba bastante susto y trataba de no pensar mucho en eso.
Cuando llegué a Canadá no sabía con lo que me iba a encontrar. En el avión me tocó un canadiense loco que acababa de jugar un torneo de póker en Colombia y creo que sus sentidos estaban alterados porque eligió dormir en el pasillo durante todo el vuelo.
En mi primer mes, me hice amiga de unos chilenos y de hartos latinos (típico!), entonces no estaba obligada a hablar mucho en inglés. Pero una vez superada la vergüenza encontré trabajo en una tienda de ropa donde trabajaba con gente de todas partes del mundo. Y fue ahí donde me di cuenta que no importara que mi inglés no fuera perfecto, porque el de la mayoría no lo era y nadie se iba a burlar si te equivocabas.
Cuando me hice de amigos canadienses ellos siempre fueron muy buenos y amables. Me preguntaban mucho por Chile, y sobre mi decisión de irme tan lejos, sobre la música que se escucha por acá, sobre la comida, y qué pasó en la dictadura.
Después de cinco meses en Toronto decidí irme a vivir a Quebec, la parte francesa de Canadá donde en el invierno hacen -30º y en el verano 35º. En esta provincia conocí a la gente más abierta de mente y buena onda del planeta. También me di cuenta que cuando uno está sola y lejos de la patria, es cuando se conoce mejor porque ya no rigen los prejuicios de nuestra sociedad atormentándote, y puedes ser quién quieras ser. Lo bueno de que nadie te conozca es que puedes empezar de nuevo. Claro está que uno puede empezar de nuevo donde quiera que esté, pero la sensación de estar lejos, donde nadie conoce nada de ti, para mí fue liberador. Ver el paso natural de ser un turista cualquiera, para meses más tarde ser uno más dentro de la diversidad del lugar, y que nadie te mirara raro porque lo diferente en esas tierras es lo normal.
Estar abierta a la aventura fue fundamental. Dejar el esquema de nuestra sociedad atrás, apagar la tele y desconectarme totalmente ayudaron a que mi experiencia fuera 100% positiva. Comprobé la importancia de escucharse a sí mismo, y de seguir las intuiciones, que la mayoría de las veces están ahí para llevarte a algún lugar necesario en esta vida.
¿Tienes alguna experiencia similar? ¿Te gustaría vivir en otro país?