Siendo consecuente con mi loca aventura de iniciar una segunda carrera a mis treinta y algo, he dedicado esta última semana todo mi tiempo a los estudios (y al trabajo, que me permite financiarlos). Estoy ad portas de la primera solemne… ¡Y tengo cuarenta páginas por memorizar! Entré en pánico: de sólo mirarlas, un 40 por ciento de mi cerebro ha colapsado. No hay lugar para otro pensamiento más que: ¡Horror! ¿Cómo aprendo esto en tan sólo unos días? ¿Cómo me apropio de este conocimiento y lo asimilo para expresarlo en la evaluación de manera magistral?
Así transcurrió el tiempo: entre obligaciones laborales y la lectura (una, diez, cien veces) del material a estudiar. Intenté hacer resúmenes y organizar mi tiempo; sin embargo, siempre llegaba a la piedra de tope. El antipático monólogo de: “¿Cuánto falta? Dos días. ¡Ups, voy en la mitad! Vamos que se puede… ¿O no? ¡No! ¡No se puede! ¡¡Horror!! Mejor un café para calmarme… ¡Oh! ¡Menos tiempo! ¿Y ahora qué hago? ¿Un ratito en Facebook? ¡Rayos!”. Hasta que llegó el gran día y me di cuenta que mi estado de pánico no hizo más que obstaculizar el proceso.
Estancada en pensamientos apocalípticos, no logré un avance sustancial en varias jornadas. Dejé de hacer lo que me gusta: Leer, escribir, ir al cine. Y ¿para qué? ¡para estar en las mismas! Entonces asumí que mi estancamiento fue producto de los nervios, de mi extremo perfeccionismo, mis deseos de obtener siete y no aceptar notas deficientes. Sin embargo, pensé que puedo ganar, perder o caer, lo importante es hacerlo con elegancia. Ojalá manteniendo la calma y tratando de dar lo mejor, en todo momento.
Liberada de la presión de mis negras premoniciones (“¡Dios mío, tendré rojo!”, etc.) me sentí más a gusto y liberada. Logré disfrutarlos y entenderlos. No los memoricé, sólo recurrí a mi interés por la disciplina. Destaqué las ideas principales y luego – casi naturalmente - confeccioné esquemas. Con todo lo anterior, resumir se hizo mucho más fácil. Así, sin querer queriendo y simplemente disfrutándolo, aproveché a concho el último día. Y curiosamente, me sentí mejor preparada que en toda una semana.
Confío en que tendré buenos resultados. Tomarse las cosas con pasión es bueno, en tanto este sentimiento no nos lleve a la inacción: a quedarnos entrampadas pensando en si lo lograremos, al punto de “bloquearnos” mentalmente. Si me equivoco y no obtengo el resultado esperado, lo asumo. De cada tropiezo se aprende y en la próxima evaluación me irá bien. Nada es absoluto, y siempre todo puede ser mejor.
Además, logré el objetivo de comprender y asimilar la materia. Después de todo, eso es lo importante ¿O no? Y me parece increíble el cómo un rato de ser positiva fue mucho más productivo que varios días de desesperanza. Es una lección que aprendí y que tendré en cuenta para otra ocasión.