A veces me hubiera gustado nacer hombre. Pero juro que es sólo a veces, porque de verdad disfruto mucho ser mujer. El problema es que hay algunos temas en los que estamos notablemente en desventaja por una cuestión biológica y natural, y me cuesta entenderlo. Sí, lo asumo, me da pica.
Por ejemplo, ¿por qué ellos pueden hacer pipí de pie y nosotras debemos sentarnos? Puede sonar un poco superficial, pero la verdad es que se trata de un tema problemático, sobre todo cuando tenemos que ir a un baño público, estamos en la calle o de paseo entre las montañas. Sería mucho más fácil encontrar un arbolito o un poste, sacar lo que tendríamos que sacar, y ¡listo! Pero no, debemos sentarnos e intentar manejar la higiene de la mejor manera posible.
Ni hablar cuando vamos a un bar o a bailar y la puerta del baño del local no tiene pestillo: comienza la súper aventura de hacer pipí. Con una mano agarramos la puerta, nos colgamos la cartera en el cuello (si es que antes no limpiamos la taza con pañuelitos desechables), hacemos fuerza y equilibrio para no sentarnos del todo y, por fin, podemos hacer lo que veníamos a hacer. Lograrlo es una verdadera proeza. Pero esto no es lo único, resulta que los pelos se ven bien en ellos, pero en nosotras no. Además de ser estéticamente rechazados, son molestos. Bendito sea el invierno que nos da la chance de escondernos en ropa abrigadita, pero la cera, la miel depilatoria, las cremas, la maquinita, etc., tienen una cita obligada con nosotras, al menos, cada 15 días.
La barba casual en ellos se ve de maravillas. Pero ¿qué pasa si nosotras nos dejamos un bigotito casual? Mal. Me acuerdo que en las épocas más críticas de la U, en esos días que con suerte nos mirábamos al espejo aparecían esos pelos inesperados. Eran unas cosas que te hacían notar la falta de tiempo (e interés).
Y ni hablar de aquellos días en los que sólo otra mujer puede entenderte. Porque sea como sea, le expliques como le expliques, él no puede imaginarse en lo más mínimo lo que es andar indispuesta. Asumo que es en esos días cuando más me repito:¡cómo me gustaría ser hombre! Pero al cuarto o quinto día, ya me enamoro de ser mujer nuevamente, cuando el dolor y la hinchazón me dejan.
Como ven, estamos en desventaja en ciertos aspectos. Pero no todo está perdido, chicas: tenemos la maravillosa posibilidad de generar vida en nuestro interior, de ser madres; también podemos lucir una piel bonita por opción, podemos excitarnos sin que se nos note (¡já!), y dedicarnos a comer chocolate en esos días especiales sin culpa ni prejuicios. Ah, y pedir un mimo extra sólo porque sí. Y es que definitivamente somos especiales, y en esa diferencia está el encanto de ser mujer.