Yo creo que todos somos un poco indecisos en la vida cotidiana, y eso, no tiene nada de malo. El problema está cuando esa incapacidad de tomar decisiones te invade siempre y te hace ser esa persona que nunca puede determinar su futuro para nada, lo que es bastante irritante.
A veces, convertimos situaciones en las que debemos elegir una opción como un gran problema frustrante cuando no lo es. Esta manera de pensar la hemos adoptado a través de la vida, y sin darnos cuenta, se ha transformado en un dilema que no nos deja ver la luz al final del camino.
Es como cuando entramos a una tienda y queremos comprarlo todo. Pero en algún momento nos acordamos de lo que tenemos en nuestro closet y empezamos a combinar en nuestras cabezas si lo que compraremos irá bien con esos zapatos o con ese cinturón que tanto usamos. Descartamos y elegimos lo que va mejor con lo que ya tenemos.
Cuando nos vemos en una situación similar y no sabemos qué decisión tomar debemos pensar que nuestras elecciones son sólo nuestras. Por supuesto, podemos llamar a alguien para pedir su opinión, pero no debemos convertir esto en un modus operandi habitual porque es súper cansador para ti y los demás.
Sentirse apoyado es importante, pero si luego te arrepientes de una decisión que alguien te ayudo a tomar y terminas culpando al otro, es una injusticia tremenda y un gasto de energía innecesaria.
Encuentro que no hay nada más turn off que una persona no sepa decidirse y no pueda tomar las riendas de su vida o la elección de algo súper simple.
Es como cuando uno le pregunta al pololo si se anima a ver una película o salir a bailar y te dice: “me da lo mismo”. O cuando tu mejor amiga te ha estado hablando que quiere cambiarse de ese trabajo en el que lleva años y cada vez que se ven te habla de lo mismo, que está cansada que quiere irse y que lo hará. La vuelves a ver y todo sigue igual. O ese amigo que está chato de su polola, que ya no la soporta pero sigue en esa relación. Los únicos culpables de no tomar las decisiones que cambiarán nuestras vidas somos nosotros mismos.
No podemos culpar a los demás por nuestras decisiones o la falta de ellas. Puede que nunca tengamos las agallas de atrevernos y perdamos la motivación quedándonos estancados por siempre, y luego nos preguntemos: ¿a dónde se fue mi vida?
Por el bien de la humanidad y de nuestro círculo cercano comencemos (o tratemos) a tomar decisiones. Al fin y al cabo la vida estará llena de ellas por siempre. O sigamos uno de los consejos que Gurdjieff le dio a su hija: “Si dudas entre hacer y no hacer, arriésgate y haz”.