No sé ustedes, pero para mí, tener hambre es lo peor. Me desconcentro, me pongo mal genio, me duele la cabeza y no puedo pensar en ninguna otra cosa que no sea comida.
Y no me refiero a esa hambre que uno siente entre comidas, cuando tuviste mucha pega y almorzaste más tarde, hablo del hambre de dieta, de esa que sientes, porque simplemente redujiste tus porciones de comida y cambiaste tus carbohidratos por proteínas y verduras.
Quiero dejar claro que no soy “la loca de las dietas”, al contrario. He hecho una 2 veces en la vida y la última es justo ahora. Una de las cosas que más disfruto en la vida es comer. Amo comer y si uno pudiera eliminar grasa llorando los kilos, entonces comería aún más. Esa onda.
Sin embargo, a veces, "cuidarse" (de manera saludable) es necesario. Sobre todo, porque entre más años cumplimos, más cuesta bajar de peso. Por lo tanto, hay que ayudar un poquito al cuerpo y no superar muy seguido esos límites que cada una conoce.
Me acuerdo que cuando era más chica, en el colegio o la universidad, todo era mucho más simple. Si quería bajar de peso, bastaba casi solo con proponérmelo, porque con una o dos semanas almorzando ensaladas era suficiente. La guata bajaba como por arte de magia y el rollito del lado desaparecía. Qué tiempos aquellos.
Hoy, más grandecita, entrando a los 30 la cosa no es tan fácil. Hacer cualquier dieta ya no te asegura efectos milagrosos. No las quiero asustar, pero el cuerpo responde cada vez más lento y un régimen que antes podía dejarte mina en 2 semanas, ahora toma por lo menos un par de meses.
Por eso, y como en todo orden de cosas, en el equilibrio está la clave. He ahí la importancia de los buenos hábitos, de comer bien y de llevar una vida saludable, para nunca llegar al desagradable punto de sentirte incómoda con los kilitos extra y tener que hacer dieta, pero sobre todo, de sentir hambre. Porque pucha que es desagradable.