Siempre me han gustado las plantas y las flores. Y es que mi mamá fue desarrollando un fanatismo por la jardinería con el correr de los años, por lo cual crecí rodeada de árboles frutales, arboles ornamentales y muchas flores en mi patio.
Y aunque no lo crean, creo que el hecho de tener flora en nuestro espacio más cercano contribuye de manera casi desapercibida a tener una armonía y paz. Yo no lo notaba, pero por ejemplo, qué agrado era salir al patio en primavera, y ver todos los árboles frutales florecidos. La flor del ciruelo es especialmente bonita, aunque es tan frágil que mueves una rama y el patio se llena de pétalos. Lo cual tampoco es malo. Ya que sentir esa conexión con la naturaleza que se pierde al vivir en la ciudad, nos ayuda enormemente a des-estresarnos y tomar un respiro de la vorágine de la vida en la ciudad.
Rosas, calas también formaban parte de la familia. Algunas veces, una tía venía a pedirnos de regalo alguna rosa, la cual, posterior a cortarle las espinas, se llevaba para poner en un florero de su casa.
Por otro lado, las flores que se compran no pierden su mérito. También es agradable entrar a tu living, y que haya un ramo de flores surtidas hermoso en algún mueble o en la mesa de centro/comedor. Renueva el ambiente, lo embellece, y nos reconecta con la madre tierra a la cual hacía mención anteriormente.
Es por eso que me gustaría comenzar una campaña de florecimiento de nuestras casas: coloquemos un ramito de flores en el living, otro en el comedor, otro en la cocina, otro en el baño. Y comenzarán a notar como el ambiente se embellece.