Como dijo un amigo, “la última temporada de Breaking Bad fue uno de los momentos televisivos más intensos que he vivido” y les juro que no exagera.
Echo de menos a Jesse y sus intentos fallidos por tratar de ser libre y tener una vida tranquila, por querer que lo quieran, por hacer sus cajitas de madera y por dejar la droga, el abandono y el sufrimiento atrás. Echo de menos a Mr. White, que aunque fue un maldito egoísta, siempre volvía a aparecer en él un atisbo del profesor de química buena gente que fue algún día.
Echo de menos estar envuelta en una red de contrabando, producir “blue meth”, sentir pena cada vez que a Walt le daba un ataque de tos y luego vergüenza ajena cuando le mentía descaradamente a su familia.
Extraño a Saul, el abogado que me gustaría tener si fuera narcotraficante y me metiera en problemas y a Mike, el matón que me gustaría tener de mi lado cuando las cosas se pusieran feas.
Me emocioné cuando escuché "1977" de Anita Tijoux y morí de la risa cuando escuché "Heisenberg Song" de Los Cuates de Sianaloa. Sentí la angustia de Skylar cuando le dice a Walt que lo único que le queda es esperar, esperar que el cáncer vuelva y se muera.
Me daba susto cada vez que Walt se ponía sombrero y se transformaba en Heisenberg. Pero más susto me dio cuando Mr. White le dice a Skylar: "I am not in danger, Skylar, I AM THE DANGER! A guy opens his door and gets shot and you think that of me? No, I AM THE ONE WHO KNOCKS!"; y me dio demasiada pena cuando Hank está en el suelo, herido y le dice a Walt: “You're the smartest guy I ever met, and you're too stupid to see he made up his mind 10 minutes ago”. Breaking Bad es una de las series más sólidas que he visto, partiendo por lo creíble de sus personajes. Era posible entenderlos, descubrir sus matices, odiar su lado oscuro y amar su parte buena y, sobre todo, era demasiado posible sacarlos de la serie e instalarlos en el mundo real.
No les contaré el final, pero es uno de los mejores cierres que una serie de televisión ha tenido. Traté de inventar teorías, pero fue imposible. Nunca pude pensar en nada. Siempre todo era tan inesperado que jamás se me ocurrió, ni por un segundo, algo que estuviera al nivel. Hasta que simplemente llegó el día en que las piezas de ese increíblemente bien armado desastre cayeron en su lugar, de a una. Dejando a cada uno donde se suponía que debía quedar. Impresionante.