La verdad es que no me defino como una persona mañosa, porque que hay muy, muy pocas cosas que no como porque no me gusten. Creo que podría contar con los dedos de una mano y, entre ellas, están las pasas.
Hay algo en ese sabor dulce con toques ácidos que me provoca arrugarme entera, como cuando comemos limón, pero esta vez de desagrado. Tienen un dulzor excesivo para mi gusto, lo que provoca hostigamiento incluso en quienes sí gustan de ellas.
Lamentablemente, aunque tratemos de justificar su existencia desde un punto de vista positivo, pensando en que es bueno que la naturaleza permita que una fruta ya seca aun pueda comerse, en este caso, ¡creo que se trata de un crimen contra las exquisitas uvas! Además, hay un tema visual que no las hace muy apetecibles. El color y la textura, hacen que las evite y prefiera cualquier otro fruto seco en vez de ellas. De hecho, una de las experiencias más desagradables es cuando estás comiendo algo rico como un pan de canela o muffins y aparecen las camufladas pasas negras, esas bien oscuras que te hacen creer que son chips de chocolates, ¡Pero No! Una vez me pasó con un pan árabe, pensando que serían almendras un poco oscuras, y resultaron ser mis no muy queridas amigas pasas.
En fin, es cierto que en gustos no hay nada escrito. Conozco personas que son fanáticas de las pasas y que se hacen cargo de las mías cuando las destierro de mis comidas.