Hace unos diez años me obstiné con dejar de comer carne, algo no tan común en ese entonces. Videos sobre explotación animal, tortura y sufrimiento fueron el principal motivo en una primera instancia. Luego vino la información sobre todo el daño medio ambiental y humano que genera la industria carnicera –como tantas otras industrias- y sobre algunos problemas as de salud que causa la ingesta de carne cuando se consume como normalmente lo hacemos, casi todos los días de la semana.
Tras mi decisión vino la falta de comprensión de mi familia, sobre todo de mis abuelos que pensaban que prácticamente me moriría sin un trozo de carne en mi dieta, las largas explicaciones que debía darle a todo quien se sentara a comer en la misma mesa y comenzar a indagar y conocer la dieta vegetariana. Porque por mucho que mi mamá me entendiera (desde un comienzo fue más comprensiva que el resto y se preocupó de proveerme información sobre una debida nutrición en base a frutas, vegetales, legumbres y frutos secos) desde un inicio me dejó claro que era mi opción y que ella no me cocinaría todos los días un menú distinto a los demás.
Ahí se me presentó el desafío de realmente hacerme cargo de manera consciente de mi alimentación, dándome el tiempo de comprar lo necesario todos los días para cocinar. Aunque no niego que en un principio sólo sabía de ensaladas y dulces que a la larga me tenían súper débil (a pesar del azúcar de los dulces bajé harto de peso), aunque nunca me costó prescindir de la carne de vacuno, pollo, pavo, pero sí del pescado y los mariscos (vivo en la playa) con los que me tentaba y se me hacía agua la boca. Pero nada es imposible y aprendiendo a descubrir nuevos sabores todo es más fácil y rico (cuidado con la soya, principal suplemento de carne de vegetarianos hoy mayoritariamente transgénica gracias a Monsanto y demases).
Mi mamá se encargó de ponerme presión y hacerme controles recurrentes para saber si mi salud y alimentación estaba bien, así que no me quedó otra que ponerme las pilas con recetas que incluyeran mucho las legumbres, frutos secos y verdura y frutas frescas.
Con el tiempo mi dieta contaba con exquisitos platos que prescindían de todo tipo de carne y que me hacían feliz y tenían más que sana. Derribé los mitos de la anemia, de la falta de B12 y de pasar hambre, teniendo en cuenta que lo más importante es la voluntad junto con la responsabilidad que debemos adquirir para alimentarnos bien, supliendo alimentos, aportes nutricionales y tomando en cuenta que ser vegetariano, al menos par a mí, no sólo significa dejar de comer carne (por el motivo que sea) para llenarnos de frituras, grasas, azúcar y carbohidratos, sino asumir un estilo de vida más saludable. Quizás no completamente libre de sufrimiento - la mayoría de los lácteos y cosméticos se producen en base a condiciones de vida tortuosas para los animales- pero sí más sana, consciente y consecuente con lo que muchos y muchas pensamos.