Existen sentimientos que tienen el lindo poder de “mover” tu vida y otros que no hacen nada más que estancarla. El miedo es uno de esos. Y no hablo de ese miedo que te puede dar la oscuridad, una película de terror o una araña. Es un miedo más profundo, uno que no se nota.
Siempre fui de ese tipo de personas que no se arriesga. No ando muy rápido en bici, porque no quiero caerme, no me subo a montañas rusas, porque la sensación que me produce es demasiado desesperante, pongo límites a la gente, porque no me gusta sufrir. Nunca he viajado sola, porque no sabría cómo. En fin.
Hoy, sigo teniéndole susto a muchas cosas, con la diferencia de que trato de vencerlas, por tontas que parezcan, y atreverme. Mis pequeños pasos pueden sonar para nada importantes, pero para mí lo fueron. Cada uno marcó (y sigue marcando) un mini antes y mini después. Me hice dos tatuajes, a pesar de que la idea de sentir dolor (de cualquier tipo), me perturbaba. Me subí al Raptor en Fantasilandia, a pesar de que casi me hago pipí en la montaña rusa más satánica del universo. El otro día casi me saco la cresta en bici, por hacerme la chorita y andar apurada. Me fui a vivir sola y pretendo irme de viaje pronto, bien lejos.
Por cursi que parezca, aún me queda una vida de "atrevimientos". Sin embargo, siento que voy bien encaminada.
Foto vía: flickriver.com